martes, 18 de octubre de 2016

LOS 90s DE DON MOISES ESPINOZA ZARATE

A modo de un sentido testimonio personal de largo aliento con el decano de la prensa taurina nacional...

Escribe Martín Campos

Hablar de Moisés Espinoza Zárate podría resultar fácil dado que todo lo que de él se diga caería en redundancia. Todo el mundo conoce al maestro. Todos lo respetan y estiman en demasía.

Me recibe en su casa y a la vera de un Ballantines vamos rebuscando archivos y recuerdos que hagan retroceder los presagios de Cronos. Qué no saber del maestro que ya no me lo hubiera contado antes. Ensayaré -en todo caso- la forma más común de los abordajes, de este modo:

¿Qué recuerdo más significativo podría evocar de su inicio por el gusto a los toros?

 La primera vez que fui a Acho, a la plaza antigua, era un niño por lo que mi padre, el ingeniero Moisés Espinoza Magán, pagó la fabulosa suma de un sol y medio. Toreaban aquella tarde de 1939 Carlos Sussoni, quien después fuera mi compañero de trabajo en el Servicio de Saneamiento de Agua Potable de Lima (hoy Sedapal); Chucho Solórzano, Victoriano de la Serna y Morenito de Valencia ante una corrida de La Viña de propiedad de don Víctor Montero.

¿Su padre le inculca la afición como suele suceder?

¡En efecto! Pero fíjate, yo vivía en la calle Moquegua, en el centro de la ciudad, y de allí salían vestidos de toreros Alejandro Arrieta Moyano de Lima padre del Tata, y Adolfo Rojas El Nene. Años más tarde me hice amigo del torero mexicano Angel Isunza como de casi todos los toreros que llegaron a Lima. Luego, de mayor, frecuentaba aquella especie de universidad del toreo que era la peña organizada en el bar Zela por el banderillero español que lo fue de Juan Belmonte y de Domingo Ortega: Rafael Valera Rafaelito. A ese templo solían concurrir gente como el pintor Sérvulo Guitiérrez (hermano del banderillero Taruco), el doctor Augusto Denegri Luna, Miguel López Cano, el crítico don Raúl de Mugaburo Don Fulano.

Indudablemente son muchos los recuerdos y tantos otros los amigos que pueda mencionar, ¿Podría recordar alguno más?

Cómo no, ahí tienes a los toreros nacionales aparte de los que ya te mencioné Carlos Sussoni y El Nene, Conchita Cintrón, Isidoro Morales El sargento, el torero más fino que ha dado el Perú, -sentencia el maestro. Humberto Valle Trujillanito, y por supuesto Rafael Santa Cruz. Época de oro.

¿De los cronistas de su época?

Pues a Manuel Solari Swayne, quien recibiera “la alternativa” de don Fausto Castañeda Que se vaya. No dejaría de nombrar a don Lizandro de la Puente El Equis padre de mi hermano del alma Raulito (Raúl de la Puente) que ya me está esperando; a Don Fulano, Leonídas Rivera Don Máximo, Néstor Carpio Becerra don Nadie.

Guardo especial recuerdo de don Benjamín Ventura Remacha y don Juan Bosch Iglesias que me llevaron a El Mundo de los Toros de España. De mi gran amigo Manuel Martínez Flamarique Chopera con quien nos embarcamos en la quijotesca aventura de hacer las américas. Siempre mi agradecimiento y admiración para con los dueños del decano de la prensa nacional, el diario El Comercio, señores Aurelio Miró Quesada Sosa y Alejandro Miró Quesada Garland. A Luis García Miró, Pedro Piruco García Miró y mi hermano José Antonio García Miró.

Aquí yo cierro el cuestionario y mejor opto por tomar apuntes y dar mi propio testimonio con parte de lo que durante los años que acompaño al maestro me ha ido relatando.


Los maestros en el tendido...

Seguramente han de ser muchos los rostros conocidos de hoy que por los años en que tuve conocimiento más cabal de ellos entre los personajes del toro y con los cuales nos habremos cruzado más de una vez en la plaza de Acho. Pero c’est la vie, y solo el discurrir de los años posteriores hubo de encargarse de poner todo en orden. 

Era la temporada de 1998 y mientras disfrutaba una tarde con la faena del expectante prodigio de entonces, El Juli, que concluyó desorejando al jabonero Bonito de la ganadería Sotillo Gutiérrez; desde un par de filas más arriba mío se dejaban oír algunas voces graves, justas, precisas, pertinentes y muy entendidas que de modo alguno graficaban lo que en el ruedo se producía. Dos de éstas apenas sonaban como un tenue pellizco. Como de los olés famosos de Acho. “¡Vamos chico…tú lo tienes…ya está contigo..!” "¡Eso ahí,…bien!”. 

Quienes las proferían eran nada menos que don Raúl de la Puente Raygada y don Moisés Espinoza Zárate, acompañados por el Ing. Luis Cayo Córdoba, Luis Felipe Quevedo Valderrama, el Pato Carlitos Vera Tudela y alguno más. Casi nada.

Así, entre la circunspección torera de aquellos maestros que tuvieron a sus pies la gloria en sus años mozos de aquella época dorada del toreo en Lima, mástiles de la crónica y periodismo taurino; de rato en rato matizaban los estentóreos pero agudos bocinazos que con ocurrente chispa el Pato Vera Tudela solía improvisar. Esa parte de la fila 10, a la vez que seria y encajada, era también un palo flamenco, una copla no ensayada, un palmoteo de marinera; eran olés exactos, sin recortes ni dados a la dádiva generosa o complaciente.

También eran de pitos discretos, cuando debían darse, al fin y al cabo estábamos bajo sombra. Y, claro está, del brindis elocuente. Con tintos que subían como impulsos de órdago agradecimiento o que descendían como cascadas de felicidad impenitente.

De aquel modo iba conociendo, tarde a tarde, a estos personajes para que luego de un tiempo me hicieran el honor de brindarme su amistad con la que ya definitivamente arropado dejaba mi fila 8 del T4 para sumarme a la tertulia de esa querencia añeja que como los buenos vinos, se antojaba mejor. 

Grandes taurinos de cuya sapiencia pude privilegiarme cada tarde de toros en la bi-centenaria. Recuerdo una de las frases más celebradas del Pato cuando así mismo se nombraba junto con sus amigos: “ya llegamos los que ocupamos la fila 10, la de los pájaros caídos”

De ahí en adelante resultamos casi inseparables, sobre todo con mis mentores Raúl de la Puente y Moisés Espinoza Zárate, y a quienes junto conmigo el gran Pato Vera Tudela nos bautizara como “la cuadrilla del arte”. A Raúl y Moisés les debo haber sido los padrinos de alternativa que me llevaron al decano Centro Taurino de Lima, institución a la que me honro en pertenecer que junto a un puñado de socios de mi generación nos hemos propuesto fortalecer, renovar y defender como dignos depositarios de quienes nos la legaron siempre bajo el ejemplo y memoria de sus fundadores como don Francisco Espinoza y los notables que lo acompañaron. Propósito que hoy mostramos orgullosos con la batuta y liderazgo de nuestro actual presidente el doctor Carlos Bazán Zender, su Junta Directiva, los señores socios honorarios, socios y amigos.



De lujo: Luis Córdova, Raúl de la Puente, el maestro Moisés y José Quevedo Valderrama.

“ Hermano de mi alma, está será mi última temporada..”

Estribillo que no llevo en cuenta las tantas veces que vengo escuchándolo por parte de don Moisés, diría que casi desde el primer instante en que me obsequió su amistad, hace como 15 años. Claro, durante ese lapso ya partieron algunos por orden natural de la vida. Pero Moisés, a despecho de la guadaña, del embuste del de las patas negras, del hule parco con el que azotan sus sueños los toreros, sigue para gracia y beneplácito nuestro. Firme, puesto, en torería. Un achaque por aquí o allá pero nada que pudiera aún mermar ese arresto ferviente por vivir. Goza, el maestro, de una salud y fortaleza envidiable en alguien de su longevidad. 

Evidentemente no es el mismo Moisés de aquellos años del ensueño de "una Lima airosa, con sus edificios aún resplandecientes y escasos automóviles, con su Plaza San Martín que tenía a la vera de sus cuatro pistas los más famosos bares y clubes nocturnos de la capital: el Embassy; el rumboso Grill Bolívar; cruzando la pista, a la vera del paradero del tranvía Lima-La Punta, el Romano; en los portales, del lado derecho, el Chez Víctor; en el portal del norte, el bar Zela, y a unos pasos, en un sótano, el emblemático Negro Negro, que en 1950 se sumaba a esos locales" donde el maestro, “joven y soltero” -como me pide que recalque-, se enfrentaba a la jauría trepidante de aquella bohemia limeña. De turgentes huríes prestas al contorneo frenético del bim bam bum, con la Mara; la Anakaona, la diosa blanca del baile negro. 

De las tertulias con sus patazas el torero Juan Doblado, Augusto Peñaloza, José Quevedo Valderrama y don Fernando Berckemeyer. Siempre bajo el influjo melodioso del piano del gran Fredy Ochoa, ese zambo enjuto que además de ciego era todo un personaje de aquél bar de contertulios venticuatrinos.

Pero pedirle al maestro Moica entrar en mayores detalles acerca de todo aquello, especialmente cuando de su relación con las féminas se trata, resulta más difícil y comprometido que parar un Miura en los medios a una sola mano. Un caballero como el maestro jamás tiene memoria, ciertamente.

Siendo amigo personal de casi todas las figuras del toreo que llegaron a Lima durante su pródiga vida, resulta, sin embargo y por ello mismo, casi imposible que acceda a respondernos sobre quién o cuál para él ha sido el diestro de su preferencia. Nos suelta varios nombres "de los que puedo recordar, mi estimado Martín" con esa gravedad en la voz que aún mantiene: Rafael Ortega, Fermín Espinoza Armillita, Manuel Rodríguez Sánchez ManoleteLuis Miguel Dominguín,  Antonio Ordoñez, Paco Camino, César Girón, Raúl Ochoa Rovira, Julio Aparicio, Ángel Teruel, Paco Ojeda, Manolo MartínezSebastián Palomo Linares, Manolo Vásquez, Rafael Puga y por supuesto uno de sus favoritos el maestro José Mari Manzanares y tantos más que no quiere mencionar por no olvidarse de alguno.

Fue justamente con el maestro José Mari con quien haría grandes migas, viajando incluso por Colombia, Venezuela y Panamá dentro del séquito manzaneril. 

De igual modo nos cuenta a su modo sobre el periplo que hizo por Cali, capital del cielo, al lado de su entrañable amigo Manolo Chopera legendario empresario bajo cuya gestión se daban las principales ferias americanas. Otros tiempos, de oro, donde el quehacer taurino no tenía voz en contra ni era arremetido por las siniestras animadversiones que enfrenta actualmente. 

Del maestro Sebastián Palomo Linares nos relata que jamás almorzaba sin reclamar la presencia suya y la de Raúl de la Puente. Su inseparable compinche al que introdujo en el ambiente de los toreros.
Muchas veces me ha repetido sus caminatas con el maestro mexicano Fermín Espinoza Armillita quien gustaba de echar a andar los pies. Como aquella vez que de la plaza San Martín se encaminaron hasta el borde del mar en barranco. Don Moisés afirma sobre el maestro mexicano que "fue el diestro más notable que dio México". Del mismo modo es rotundo cuando señala al español Paco Camino como de los mayores de la península
                                 Horacio Parodi y Moisés Espinoza flanqueando a los diestros Armillita y Angel Inzunza.                                    
Las corresponsalías…

Moisés Espinoza es el decano de los periodistas taurinos en el Perú ( Registro N° 87-A.N.P) aunque él modestamente prefiera decir que lo es de “los corresponsales taurinos..” 

Su trayectoria en el periodismo especializado se inicia allá por 1953 colaborando para el arequipeño tabloide Noticias que dirigían los hermanos Aríspe y el doctor Ricardo Portugal. Usaba el remoteque de El Ahijado que le pusiera su gran amigo el torero azteca Angel Insunza, para sus crónicas en Toros y Deportes

Ha colaborado para muchos medios nacionales y extranjeros a lo largo de su prolífica carrera. A través de la Cadena Periodística Internacional ha servido para Fiesta Española, La República (Bogotá), Perú News (Miami), Toros y Deportes, Últimas Noticias (Caracas), Diario Occidental (Cali), El Alcázar, El Taurino, El Mundo de los Toros, que dirigía Juan Bosch Iglesias; Fiesta Española, de Benjamín Ventura y Manolo Molés (Madrid), Prensa Asociada, Claridades (México), Le Courrier de Céret y Semana Grande (Francia). Para los nacionales Olé y Olé, Callao, Nikko, Transportes Peruanos, Aplausos, y Noticias (Arequipa). Radio Caracol de Colombia y Canal 6 TV de Ecuador, entre otros.


Soy Antonio José Galán...

Corría el año 1971, y el doctor Marcial Ayaipoma hacía empresa organizando una temporada en Arequipa en la que se presentaría un inédito Antonio José Galán en tierras peruanas quien llegaría junto a Miguel Márquez. Les pidió el encargo de recogerlos del aeropuerto a sus amigos Raúl de la Puente y Moisés Espinoza lo cual hicieron dada la amistad que guardaban con el matador malagueño. 

No se sabe qué pasaría pero Márquez demoró en aparecer y en cambio fueron abordados por un inadvertido Galán quien tratando de encontrar algún rostro de referencia les saluda: “¿Buenas, alguno de ustedes es Espinoza?...soy Galán el torero” –"ah qué bien"—fue todo lo que oyó como lacónica respuesta de estos dos tíos que afanosos y algo preocupados buscaban la figura de Márquez. 

Luego de lo cual supieron reaccionar para percatarse de que tenían ante sí a uno de los toreros que venía también para aquella temporada. Ese mismo año se presentó en Acho en sustitución de un matador, el cartel lo conformaron Márquez, Galloso y el referido Galán. Desde entonces hasta la trágica desaparición del “Loco” cimentaron una gran amistad la cual se extendió a sus hermanos Alfonso, Alicia y Guillermina Galán. 

Así como se lo escuché repetidas veces a don Raúl y otras tantas a don Moisés, así lo vuelvo a oír esta vez de parte del maestro mientras ordenamos ideas y fotografías en la sala de su casa.


Antipasto Ga Gá y un chismecillo infundado...

Era la columna de chismes de farándula más famosas de los sesentas llevada en el tabloide “Última Hora” por Guido Monteverde, para variar amigo de Espinoza y que le jugará la broma de montarle una nota, con foto incluida, por la que se daba cuenta del “inminente compromiso del periodista Moisés Espinoza y la señorita…” "¡chissst...! no vayas a poner su nombre por favor…" me advierte el maestro llevándose el dedo índice a los labios con tono adusto y ligero sarcasmo. 

Sin embargo recuerdo que me lo contó en otra ocasión y que la dama en mención era una antigua novia suya que pertenecía a un ballet afamado por entonces. Esa broma le causó más de un problema en su hogar materno y entre sus allegados.


Su matrimonio, el Rotary y Cantinflas…

Años después conocería a quien fuera su esposa, una guapa dama vecina de La Punta, doña Elvira Hernández Pincetti “más taurina que yo”, como me indica. Se conocieron en los toros pues ambos coincidían en su afición por la Fiesta. Formaron hogar ejemplar teniendo a sus hijas Pilar del Consuelo y Rocío del Milagro. Rotaria de excepción como su esposo, doña Elvira destacó con luz propia en dicha institución. 

Siempre recuerda el maestro las veces que en su casa almorzaban personajes como el padre José Guadalupe Mojica, aquel clérigo que luego de tener una gran carrera como actor afamado decide tomar los hábitos descalzos y radicar en nuestro país; el genial Mario Moreno Cantinflas, los maestros hermanos Girón, Ángel Teruel y José Mari Manzanares que llevados por el deleite de la buena mano de doña Elvira para los ravioles “se invitaban cada que podían”

Quedar viudo tempranamente le dejó marcada una huella de desconsuelo que no pudo nunca disimular. Su amigo Cantinflas le obsequió un álbum para fotografías como recuerdo para sus hijas Pilar y Rocío. Privilegios que solo alguien como el maestro saben merecer.

Moisés Espinoza es rotario, “como Belaúnde” -enfatiza, orgulloso-, habiéndole dado a dicha entidad altruista más de cincuenta años desde su comité de Breña del que fuera presidente por primera vez en 1974. Concurre religiosamente cada lunes a sus reuniones, “ahora a veces no voy por el frío que hace” y cuando va se junta con su inseparable amigo Juan Manuel Nacarino, un español asentado aquí y con familia peruana, al que “deberían meter preso…pa su mare, por cómo saca trago…”
Con su señora esposa doña Elvira Hernández Pincetti

“Mi obra cumbre…”

El maestro Moisés se jacta de haber formado parte de ese grupo de aficionados que propuso y logró se aprobara un reglamento que establecería los criterios para el otorgamiento de los trofeos de la Feria del Señor de los Milagros, tanto para el Escapulario de oro como para el de Plata, respectivamente. El selecto cónclave lo conformaban los señores Pedro Manuel García Miró, el mayor general FAP José Fernández Lañas, José Quevedo Valderrama, Pedro Gutiérrez Irigoyen, Orlando Parodi, Nestor Carpio Becerra, Enrique Aramburú Raygada, Moisés Espinoza Zárate y el alcalde del Rímac, Percy Hartley.


El Sheraton Hotel, Juan Carlos y su rumba…

Por años el Hotel Sheraton tomó la posta albergando a los toreros que venían a Lima. Sus salones y bares como El Kero eran los más concurridos por todo el gentío taurino, antes y después de las corridas en la plaza. Se organizaban exposiciones, conferencias y más actividades que formaban parte de toda la movida limeña que hace singulares las semanas de feria. ¿Más que hoy o viceversa?, definitivamente que sí. Otros tiempos.

A Moisés Espinoza, coordinador por aquel entonces de toda actividad taurina, se le ocurre incluir un espectáculo que suscitara mucha atención y revuelo. Junto a Juan Manuel Nacarino, gerente del hotel, se proponen presentar durante el ciclo ferial del año 1991 a Juan Carlos y su rumba flamenca con la monumental Freda y todas sus “chiquillas”. El éxito fue arrollador y duradero.


La apoteosis de Vicente Barrera, Acho 2003…

Aunque siempre quedará en el recuerdo el rabo que cortara el maestro valenciano a un toro mexicano de Real de Saltillo durante la temporada de 1996 que conmemoraba los primeros cincuenta años de la Feria del Señor de los Milagros, hecho que no se producía desde 1975 y que le valiera para ser declarado el triunfador al otorgársele el codiciado Escapulario de Oro del Señor de los Milagros así como también el Centro Taurino de Lima le concediera su máximo trofeo; fue durante el 2003 que disfrutamos a Vicente Barrera en toda su real dimensión. Torero de Lima, conserva un gran cartel en el Perú y demás está señalar del gran cariño y empatía con el que se le recibe siempre.

Aquella tarde se presentó un encierro de la mexicana ganadería de Real de Saltillo, lo que podríamos llamar con suficiencia una corrida dura, muy complicada aunque mostrando fijeza y prontitud. Del tipo que es apetecida por los aficionados toristas. El que hizo cuarto no fue la excepción, desarrolló mucho sentido siendo un tío de esos que piden el carné.

Vicente, a base de técnica y valor, supo encontrarle el sitio adecuado que le reclamaba el toro que mostraba malas ideas en busca de la querencia incierta. Entendió de tal forma el torero de Lima a su oponente que sometiéndolo frente a Sol le instrumenta unas series llenas de ligazón y temple. Luego de una estocada efectiva le conceden las dos orejas que pasea en clamorosa vuelta al ruedo. 

Ese día salimos felices de la plaza admirados de la entrega, valor y honestidad del diestro, tanto que tuve la feliz idea de cargar con toda la hueste a celebrar en casa. Raúl y Moisés estaban más que felices como también el Pato Vera Tudela, Elsita Samanez, la Clara Petacci, y Juan Guillermo Carpio Muñoz. Luego caerían algunos más con el Patito Vera Tudela Jr. Todos juntos sin echar la vista a los relojes celebramos esa noche ¡Por Vicente, más nada!


Del Café La Favorita al Centro Taurino de Lima…

En la miraflorina avenida Larco sobrevive “La Favorita” un cafetín pequeñito de los hermanos Segundo y Guillermo Zárate con apenas unas ocho o diez mesas apostadas sobre el retiro ocupando espacio a modo de terraza donde es muy apacible sentarse a desayunar o matar la tarde pese al actual estridente bullicio automovilístico limeño. 

La Favorita era nuestro punto de reunión cuando aún vivía don Raúl de la Puente. El Pato Carlitos Vera Tudela venía desde Chorrillos, que de camino le quedaba pasar por el maestro Raúl en la calle San Martín donde ocupaba una habitación en la casa de la buena Rosita, su amiga entrañable. Don Moisés por su parte, llegaba desde Pueblo Libre quejándose siempre del caos del tráfico y de los taxistas que lo trasladaban y abordaba luego de “dos horas de esperar un taxi...qué bárbaro” en la puerta de su domicilio: “Juan Valer y Clement, tu casa cuando gustes estimado Martín de mi alma…” 

Yo los encontraba allí. Tertuliábamos un rato a modo de previos con café. El mío americano sin azúcar. El maestro Raúl igual, don Moisés pedía una Coca Cola que acompañábamos, respectivamente, con tostadas o unos mixtos. El Pato, su infaltable capuccino con mucha crema. La cuadrilla del arte émulos de Machaquito, el Guerra, Bombita y Joselito o Belmonte. No sé qué resultaba más sabroso, el aromático caracolillo que servía el pequeño cafetín de los Zárate o aquellas tertulias llenas de anécdotas que yo escuchaba ensimismado de puro deleite. Sin duda lo último. 

De La Favorita subíamos a mi carro y nos íbamos a algún evento, compromiso o presentación de los muchos y variados que se suscitaban durante la llamada semana grande. Durante fines de octubre y hasta bien entrado diciembre, el mundillo taurino en Lima se alborota. El resto del año era parada previa para dirigirnos a nuestras reuniones del Centro Taurino de Lima en casa del príncipe Alberto Alcalá Prada

Otras veces al Club de la Unión a la reuniones del Círculo de Periodistas Taurinos que piloteaban Carlos Castillo Carra Casal y Dickey Fernández. También al Club Regatas para un chifa luego de alguna exposición que allí se organizara. Por citar algunos ejemplos.

En casa de Alberto Alcalá nos reuníamos generalmente Fernando Marcet, Oswaldo Córdoba, Julio Lainez, Luis Barrenechea, Raúl de la Puente, Moisés Espinoza, Carlos Vera Tudela y yo. En realidad el señor Lainez se había separado junto a otros connotados miembros como Aldo Cruzado y Juan Miletich por desavenencias con Alcalá. El socio Paco Monasterio militó en el Centro muchos años más. 

Como los hermanos Ramírez, Dickey Fernández, Mauro Acuña, Jaime Arenas, Enrique Bartra, el padre Alfredo Castañeda, Rafael Lora, Fernando Llanos, Luis Saravia Pimentel, Danilo y Mario Sevilla, Américo Tello, César Vizcarra, el señor Borletti, Roberto Aranda, Felipe Quevedo Valderrama, Adolfo Merino, Juan Prietto, Daniel Arteaga. Todos grandes aficionados que por diversas circunstancias se alejaron de la institución decana y a los que muchos de ellos llegué a conocer y forjar amistad taurina.

Otro anterior punto de reuniones del Centro fue el restaurante del segundo piso de La Hacienda Club en la avenida José Pardo también en el distrito de Miraflores.
Don Moisés durante diez años fue director de relaciones públicas y luego secretario de la peña decana cuando la presidía don Rafael Puga Estrada bajo cuya gestión el Centro colocó una placa de bronce en los machones del tendido 2 de la plaza de Acho, al lado de la enfermería, en la que se grababa anualmente el nombre del diestro triunfador de la temporada.

Una de las mayores satisfacciones que guarda el maestro es haber recibido la Medalla del Congreso de la República del Perú por su trayectoria como periodista taurino de manos del presidente del parlamento nacional, el doctor Marcial Ayaipoma.
S.M.El Viti, presidente Manuel Odría, don Rafael Puga Estrada, don Moisés Espinoza.



De buena madera…

Como los finos muebles es el temple y la vitalidad que ostenta don Moisés a lo largo de su nonagenaria vida. Reseñarla tomaría muchas horas y requeriría llenar incontables páginas. En estas líneas solo he pretendido -ciertamente con su ayuda-, echar una apretada mirada a esta última etapa de esa prolija existencia en la que me honrara con su amistad y permitiera ser parte de su cuadrilla. 

Admiro en el maestro esa vitalidad, decencia, caballerosidad y torería que le distingue. Su personalidad atávica pero a la vez lúdica y jovial siempre presta para la buena contertulia fraterna. El afán pedagógico por transmitirnos los conocimientos taurinos recopilados en base a su propia vivencia; y ser poseedor de la admiración y respeto que despierta en todos cuantos le conocen. 



© MCF.bocaderiego.blogspot.pe 

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