Rafael Santa Cruz |
tu arena se ha puesto roja
con la sangre que te moja
mi torero Rafael...
Escribe Martín Campos
Esa sonrisa
exultante dejaba ver la blanquísima hilera de dientes contrastando con el
prieto color de su faz que coronaba aquella espigada corpulencia. Eran, esa
figura y esos desplantes socarrones llenos de la festividad de la gente de la
color, los que le valían anteponerse al drama tanático de enfrentar a su tauro
oponente en el ruedo, y así meterse al
público en la taleguilla. Ese público que lo celebraba y acaso le disculpara
alguna carencia técnica en favor de la hilaridad y la sorpresa. Pero el toreo,
ya se sabe, ni asomo es de bufonada y como tal, se le respeta. Por tanto, no se mal entienda lo que relatamos. Solo re
escribimos aquello que las crónicas y el anecdotario de la época han guardado
para el recuerdo. “La maravilla negra del toreo”, proveniente de las etnias más
puras de la afroperuanidad, derivadas de Guinea o Senegal, supo nacer en medio
de una familia que nunca se amilanó ante el señalamiento racial de una sociedad
peruana, la limeña más específicamente, heredera de esa tara clasista cortesana
de la colonia. Por el contrario, en su
entorno familiar surgieron artistas y exponentes de la cultura nacional como lo
han sido sus hermanos y descendientes. Recordemos sino ese clamor valiente y
altivo de su hermana Victoria, que más que un rechazo significaba un llamado a
reivindicar su orgullosa negritud.
Hace unos
días nos ocupábamos de un descendiente de japoneses, Higa Mitsuya, el peruano
japonés que vistió de luces y llegó a ser “el primer torero japonés del mundo”. Ahora lo hacemos de un afroperuano, al
que llamaban también como “Lima con traje de luces”. No fue el único negro
peruano que ha toreado. Antes, en los albores del siglo 19, ya lo habían hecho
un tal Casimiro Cajapaico y Juanita Breña, mas en realidad se trataban de capeadores que a montas de cabalgadura, ejecutaban lo
que se vino a conocer como “la suerte nacional”, conforme dan cuenta tanto
Manuel Ascencio Segura y luego Ricardo Palma. Lo fue también “El Indio”
Zevallos, que más que indígena se dice que era mulato y que fuera incluso
inmortalizado por el mismo Goya. A ellos
se suma el referente más cercano de Angel Valdez “EL Maestro” aquel
descendiente de esclavos manumitidos, que un 24 de mayo de 1885 diera muerte en
la plaza de Acho al temible y mítico toro de Mala, “Arabi Pachá” . Pocos años después, toma la alternativa en Écija, España, Pedro Alfaro Castro "Facultades de Lima" un 21 de mayo de 1929, teniendo como padrino a "Algabeño" hijo. Hubo también un moreno de nombre Epifanio de los Reyes al que anunciaban como "Negro de la Habana" pese a su origen peruano. Luego ya, en
los años setentas, surge otro diestro nacional de color, Marcos Méndez, "La
Palmera Negra" quien tomó la alternativa en la Plaza de Toros de Acho, el
8 de noviembre de 1970, teniendo de padrino a Sebastián Palomo Linares y testificando
el acto, Angel Teruel, ante ganado de La Viña. Participó en las temporadas
limeñas de los años 1970 y 1971.
Como vemos,
esta multiculturalidad consecuente con las raíces multiétnicas de nuestra
nación, que han prodigado al Perú de una
vasta legión de exponentes artísticos en todas las artes y que no han sido
ajenos al más sublime y culto de la tauromaquia.
A punta de panalivio
y landó, del crujir de quijadas y sonares de cajones, allá en el barrio de
negros limeños de La Victoria, donde el tiempo de estrecheces se sopesaba con
los cantos y las alegrías de su bullidor espíritu como clara muestra de que el
alma posee sus propios ignotos registros y sus apegos subconscientes, ese canto
único que ha definido toda una raza que viera nacer al torero de los Santa Cruz.
RAFAEL SANTA
CRUZ GAMARRA, el “torero de Carabanchel…” que le cantara su hermano
Nicomedes, aquel de la espigada figura y
la sonrisa presta al tendido que dejaba ver el resplandor lunar de su blanquísima
dentadura, de ese talle que “hacía ver a los toros como simples animalitos”, “la
maravilla negra”; nació en el distrito de La Victoria un 3 de julio de 1928. Fue
el primero de los hermanos en alcanzar notoriedad a través de su arte y contra
toda predicción familiar fue torero, según relata su propio hijo Octavio.
Desde muy
joven anheló hacerse torero, quizás llevado por esa misma vena artística que
influyó el camino de sus conocidos hermanos, Nicomedes, Victoria y César.
Rafael fue el
primero en destacar y el primero que hizo el viaje hacia la España donde
materializaría sus sueños de torero. Lo siguió posteriormente Nicomedes quien
radicó toda su vida en Madrid.
Con su hijo, su madre y su hermana Victoria |
Desde La
Victoria emprendía camino por toda la larga Av. Abancay para llegar al puente
que franqueaba el paso a través del Rímac hacia la plaza de Acho, donde buscaba
tenazmente forjarse conocimientos en la técnica de torear. Tanto así que
irrumpió como novillero imponiendo su
espigada figura, su morena estampa y fornida contextura, debutando de
luces en 1947 para al año siguiente, aún
de novillero, consagrarse obteniendo el recientemente instaurado premio del “Escapulario
de Oro de la Feria del Señor de los Milagros”, el cual ese año solo se dieran
novilladas y no corridas de toros propiamente dichas.
En efecto, la
novísima Feria limeña, que se inaugurara con gran éxito en 1946 y que el
siguiente de 1947 dejó ver la estética de Bienvenida, abruptamente el 48 “hizo
quebrar su permanencia” ante la falta de iniciativa por hacer empresa creando
un vacío sorpresivo y desalentador que si no hubiera sido por “la afición
desbordada de personajes como don Oscar del Pomar” que logró remontar la
desidia llegando a cubrir dicho vacío con un ciclo de novilladas, algo es algo,
donde alternaron aparte de Rafael Santa Cruz, Fernando Alday, Humberto Valle y
Juan Guerrero.
Pamplona, 28 junio 1952 |
Del espigado
diestro de ébano, las crónicas de la época dejarían impresas estas líneas: “Valor
mostró Valle, medrosidad por el contario, Guerrero, mientras que alguna desgana
y cierta calidad, Alday. Sin embargo, la excepcional actuación de Rafael Santa
Cruz es digna de destacar con lugar propio. Pese a que por sus actuaciones
anteriores haya recibido discutidas opiniones, ayer el novillero peruano encendió la plaza de
clamor y prendió el unánime comentario de su rara, de su magnífica calidad. No
vamos a decir ya que es un torero, que conoce todas las suertes, que posee
absoluto dominio sobre sus adversarios. Está aprendiendo a torear. Pero sí que
ha penetrado hondo en algunos lances y muletazos y que llega a lograr momentos
inimitables. Y no nos referimos a
aquellos que surgidos del postismo suelen entusiasmar a las multitudes. Ayer
toreando a la verónica, que es el lance más serio del primer tercio y
ejecutando el natural que es el pase por antonomasia, lo hizo tan
despaciosamente, tan bellamente, tan toreramente, que arrebató al público
entero y lo hubiera logrado ante la más exigente de las aficiones taurinas. Porque
tanto en unas como en otros embarcó a la res en el engaño, corrió suavemente la
mano, templó magistralmente y remató las suertes con majestad, con auténtica
solera y calidad. Este moreno humilde,
por su ingenuidad irrisoria que exhibe a veces y por la hondura de su arte, por
el chispazo genial que lo inspira, tremendamente impresionante, en otras.
Estamos ante un caso desconcertante. Ojalá el tiempo se encargue de afianzar y
pulir esta extraña y misteriosa escultura del toreo.” (Manuel Solari Swayne, Señó Manué)
La actuación
a que refiere la crónica citada correspondió a la tarde del 31 de octubre de
1948, la cuarta y última del serial ferial, que como ya señalé, ese año sólo se
montó “por única vez” con novilladas. El ganado a lidiarse fue del hierro
arequipeño de don Víctor Delgado y, conforme narra el doctor Carlos Bazán en su
espléndido libro “De Toreros y Gitanos”, Santa Cruz “cuajó una actuación
triunfal saliendo a hombros luego de emocionar a la afición con su peculiar
interpretación del toreo y su valor espartano”.
Esa actuación
le hizo obtener el Escapulario de Oro de la feria limeña.
Retomándose
las corridas en la plaza de Acho, el año siguiente de 1949, se da un ciclo estival
de cuatro tardes. El 27 de marzo toma la alternativa a cargo de Manuel Alvarez “El
Andaluz” y actuando de testigo el peruano-argentino-español Raúl Acha Saénz “ Rovira”. Esa tarde el
toricantano nacional “cantaría misa” cortando nada menos las dos orejas y el
rabo a su segundo toro del cual recibiría un puntazo.
De festival con los hermanos Dominguín |
En España
De la mano de
Luis Miguel Dominguín, el autodenominado “número uno”, consigue actuar suscitando
expectativa y anunciándose como “La maravilla negra del toreo”. Justamente, en
Barcelona toma una nueva alternativa el 27 de julio de 1952, de manos del mismo
Dominguín como padrino y de testigo contó con Rafael Ortega, enfrentándose al toro "Peluquero".
Sumó en la
península, entre Portugal y España, y también Francia, una serie de actuaciones
discretas y radicó buen tiempo por allí. Retornó al Perú y siguió actuando en
provincias y países como México, Panamá, Colombia, Ecuador y Bolivia.
A dónde marcha el tropel ?
muy claro dice el cartel:
"Solanito, Gitanillo, Santa Cruz y seis novillos,
Plaza de Carabanchel...
Octavio Santa Cruz cuenta que su padre tentó incursionar en la actuación teatral pero
continuó con mayor fortuna por el toreo. Se retiró de los ruedos en 1962. Fue
padre del desaparecido músico Rafael Santa Cruz Castillo, cultor del cajón
peruano, ese instrumento icónico de la música criolla costera y afroperuana que
llevara a donde los gitanos de Algeciras, Francisco Sánchez, el genial Paco de
Lucía y quien al respecto afirmara: “Este es el instrumento que necesitaba el
flamenco. Hasta entonces, usábamos los bongós y las congas, pero aquello era
más caribeño, no sonaba a flamenco. Advertí que el cajón peruano tenía el
sonido grave de la planta del pie de un bailaor y también el agudo de su tacón.”
Alternativa española |
No queda un alma en el coso,
el sol oculta su esfera,
pero de contrabarrera
se oye un canto quejumbroso,
y entre sollozo y sollozo
una voz que dice fiel:
"Herida tu oscura piel
con mi llanto te acompaña
toda la afición de España
mi torero Rafael..."
(Nicomedes Santa Cruz)
Rafael, el
torero de ébano, la maravilla negra, el primer torero negro del mundo, que
gustaba vestir de celeste y oro -pero que alguien le llamó alguna vez Lima con
traje de luces- el descendiente de
Guineos occidentales, de la sonrisa enorme como su corpulencia, hermano de
Nicomedes, Victoria y César, entrañable de Dominguín, del zapateo de panalivios y agua de nieve, esos ritmos de gente de la coló, del color
zaíno hendido en la conciencia reticente de la cortesana sociedad limeña; muere
el 11 de marzo de 1991 en su ciudad natal, la Lima que sucumbió ante la
risotada temeraria de sus ceñidísimas manoletinas o se sobrecogiera con el vuelo de su mustio percal.
© MCF.bocaderiego.blogspot.pe
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