A modo de un sentido testimonio personal de largo aliento con el decano de la prensa taurina nacional...
Escribe Martín Campos
Hablar de Moisés
Espinoza Zárate podría resultar fácil dado que todo lo que de él se diga
caería en redundancia. Todo el mundo conoce al maestro. Todos lo respetan y
estiman en demasía.
Me recibe
en su casa y a la vera de un Ballantines vamos rebuscando archivos y
recuerdos que hagan retroceder los presagios de Cronos. Qué no saber del
maestro que ya no me lo hubiera contado antes. Ensayaré -en todo caso- la forma más común de
los abordajes, de este modo:
¿Qué
recuerdo más significativo podría evocar de su inicio por el gusto a los toros?
La
primera vez que fui a Acho, a la plaza antigua, era un niño por lo que mi padre, el ingeniero Moisés Espinoza Magán, pagó la fabulosa suma de un sol y medio.
Toreaban aquella tarde de 1939 Carlos Sussoni, quien después fuera mi compañero
de trabajo en el Servicio de Saneamiento de Agua Potable de Lima (hoy Sedapal);
Chucho Solórzano, Victoriano de la Serna y Morenito de Valencia ante una
corrida de La Viña de propiedad de don Víctor Montero.
¿Su padre
le inculca la afición como suele suceder?
¡En efecto!
Pero fíjate, yo vivía en la calle Moquegua, en el centro de la ciudad, y de
allí salían vestidos de toreros Alejandro Arrieta Moyano de Lima padre del
Tata, y Adolfo Rojas El Nene. Años más tarde me hice amigo del torero
mexicano Angel Isunza como de casi todos los toreros que llegaron a Lima. Luego, de mayor, frecuentaba aquella especie de universidad del toreo que era la peña
organizada en el bar Zela por el banderillero español que lo fue de Juan
Belmonte y de Domingo Ortega: Rafael Valera Rafaelito. A ese templo solían
concurrir gente como el pintor Sérvulo Guitiérrez (hermano del banderillero Taruco), el doctor Augusto Denegri Luna, Miguel López Cano, el crítico don
Raúl de Mugaburo Don Fulano.
Indudablemente
son muchos los recuerdos y tantos otros los amigos que pueda mencionar, ¿Podría recordar alguno más?
Cómo no,
ahí tienes a los toreros nacionales aparte de los que ya te mencioné Carlos
Sussoni y El Nene, Conchita Cintrón, Isidoro Morales El sargento, el torero
más fino que ha dado el Perú, -sentencia el maestro. Humberto Valle Trujillanito, y por supuesto Rafael Santa Cruz. Época de oro.
¿De los
cronistas de su época?
Pues a
Manuel Solari Swayne, quien recibiera “la alternativa” de don Fausto Castañeda
Que se vaya. No dejaría de nombrar a don Lizandro de la Puente El Equis padre de mi hermano del alma Raulito (Raúl de la Puente) que ya me está esperando; a Don Fulano, Leonídas Rivera Don Máximo, Néstor Carpio Becerra don Nadie.
Guardo
especial recuerdo de don Benjamín Ventura Remacha y don Juan Bosch Iglesias que
me llevaron a El Mundo de los Toros de España. De mi gran amigo Manuel
Martínez Flamarique Chopera con quien nos embarcamos en la quijotesca
aventura de hacer las américas. Siempre mi agradecimiento y admiración para con
los dueños del decano de la prensa nacional, el diario El Comercio, señores
Aurelio Miró Quesada Sosa y Alejandro Miró Quesada Garland. A Luis García Miró,
Pedro Piruco García Miró y mi hermano José Antonio García Miró.
Aquí yo
cierro el cuestionario y mejor opto por tomar apuntes y dar mi propio
testimonio con parte de lo que durante los años que acompaño al maestro me ha
ido relatando.
Los
maestros en el tendido...
Seguramente han de ser muchos los rostros conocidos de hoy que por los años en que tuve
conocimiento más cabal de ellos entre los personajes del toro y con
los cuales nos habremos cruzado más de una vez en la plaza de Acho. Pero c’est
la vie, y solo el discurrir de los años posteriores hubo de encargarse de poner todo en
orden.
Era la temporada de 1998 y mientras disfrutaba una tarde con la faena del
expectante prodigio de entonces, El Juli, que concluyó desorejando al
jabonero Bonito de la ganadería Sotillo Gutiérrez; desde un par de filas más
arriba mío se dejaban oír algunas voces graves, justas, precisas, pertinentes y
muy entendidas que de modo alguno graficaban lo que en el ruedo se producía.
Dos de éstas apenas sonaban como un tenue pellizco. Como de los olés famosos de
Acho. “¡Vamos chico…tú lo tienes…ya está contigo..!” "¡Eso ahí,…bien!”.
Quienes las proferían eran nada menos que don Raúl de la Puente Raygada y don
Moisés Espinoza Zárate, acompañados por el Ing. Luis Cayo Córdoba, Luis
Felipe Quevedo Valderrama, el Pato Carlitos Vera Tudela y alguno más. Casi
nada.
Así, entre
la circunspección torera de aquellos maestros que tuvieron a sus pies la gloria
en sus años mozos de aquella época dorada del toreo en Lima, mástiles de la
crónica y periodismo taurino; de rato en rato matizaban los estentóreos pero
agudos bocinazos que con ocurrente chispa el Pato Vera Tudela solía
improvisar. Esa parte de la fila 10, a la vez que seria y encajada, era también
un palo flamenco, una copla no ensayada, un palmoteo de marinera; eran olés
exactos, sin recortes ni dados a la dádiva generosa o complaciente.
También
eran de pitos discretos, cuando debían darse, al fin y al cabo estábamos bajo
sombra. Y, claro está, del brindis elocuente. Con tintos que subían como
impulsos de órdago agradecimiento o que descendían como cascadas de felicidad
impenitente.
De aquel
modo iba conociendo, tarde a tarde, a estos personajes para que luego de un tiempo me
hicieran el honor de brindarme su amistad con la que ya definitivamente arropado dejaba mi fila 8 del T4 para sumarme a la tertulia de esa querencia añeja que como los buenos vinos, se antojaba mejor.
Grandes taurinos de cuya
sapiencia pude privilegiarme cada tarde de toros en la bi-centenaria. Recuerdo
una de las frases más celebradas del Pato cuando así mismo se nombraba junto
con sus amigos: “ya llegamos los que ocupamos la fila 10, la de los pájaros
caídos”.
De ahí en adelante resultamos casi inseparables, sobre todo con
mis mentores Raúl de la Puente y Moisés Espinoza Zárate, y a quienes junto
conmigo el gran Pato Vera Tudela nos bautizara como “la cuadrilla del arte”. A
Raúl y Moisés les debo haber sido los padrinos de alternativa que me llevaron
al decano Centro Taurino de Lima, institución a la que me honro en
pertenecer que junto a un puñado de socios de mi generación nos hemos propuesto
fortalecer, renovar y defender como dignos depositarios de quienes nos la
legaron siempre bajo el ejemplo y memoria de sus fundadores como don Francisco
Espinoza y los notables que lo acompañaron. Propósito que hoy mostramos
orgullosos con la batuta y liderazgo de nuestro actual presidente el doctor
Carlos Bazán Zender, su Junta Directiva, los señores socios honorarios, socios
y amigos.
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De lujo: Luis Córdova, Raúl de la Puente, el maestro Moisés y José Quevedo Valderrama. |
“ Hermano
de mi alma, está será mi última temporada..”
Estribillo que no llevo en cuenta las tantas veces que vengo escuchándolo por parte de don Moisés, diría que casi desde el
primer instante en que me obsequió su amistad, hace como 15 años. Claro, durante
ese lapso ya partieron algunos por orden natural de la vida. Pero Moisés, a
despecho de la guadaña, del embuste del de las patas negras, del hule parco con
el que azotan sus sueños los toreros, sigue para gracia y beneplácito nuestro. Firme, puesto, en torería. Un achaque por aquí o allá pero nada que pudiera aún
mermar ese arresto ferviente por vivir. Goza, el maestro, de una salud y
fortaleza envidiable en alguien de su longevidad.
Evidentemente no es el mismo
Moisés de aquellos años del ensueño de "una Lima airosa, con sus edificios
aún resplandecientes y escasos automóviles, con su Plaza San Martín que tenía a
la vera de sus cuatro pistas los más famosos bares y clubes nocturnos de la
capital: el Embassy; el rumboso Grill Bolívar; cruzando la pista, a la vera del
paradero del tranvía Lima-La Punta, el Romano; en los portales, del lado
derecho, el Chez Víctor; en el portal del norte, el bar Zela, y a unos pasos,
en un sótano, el emblemático Negro Negro, que en 1950 se sumaba a esos
locales" donde el maestro, “joven y soltero” -como me pide que recalque-,
se enfrentaba a la jauría trepidante de aquella bohemia limeña. De turgentes huríes prestas al contorneo frenético del bim bam bum, con la Mara; la Anakaona, la
diosa blanca del baile negro.
De las tertulias con sus patazas el torero Juan
Doblado, Augusto Peñaloza, José Quevedo Valderrama y don Fernando Berckemeyer.
Siempre bajo el influjo melodioso del piano del gran Fredy Ochoa, ese zambo
enjuto que además de ciego era todo un personaje de aquél bar de contertulios
venticuatrinos.
Pero
pedirle al maestro Moica entrar en mayores detalles acerca de todo aquello,
especialmente cuando de su relación con las féminas se trata, resulta más
difícil y comprometido que parar un Miura en los medios a una sola mano. Un
caballero como el maestro jamás tiene memoria, ciertamente.
Siendo
amigo personal de casi todas las figuras del toreo que llegaron a Lima durante
su pródiga vida, resulta, sin embargo y por ello mismo, casi imposible que
acceda a respondernos sobre quién o cuál para él ha sido el diestro de su
preferencia. Nos suelta varios nombres "de los que puedo recordar, mi estimado
Martín" con esa gravedad en la voz que aún mantiene: Rafael Ortega,
Fermín Espinoza Armillita, Manuel Rodríguez Sánchez Manolete, Luis Miguel Dominguín, Antonio Ordoñez, Paco Camino, César Girón, Raúl Ochoa Rovira, Julio Aparicio, Ángel Teruel, Paco Ojeda, Manolo Martínez, Sebastián Palomo Linares, Manolo Vásquez, Rafael Puga
y por supuesto uno de sus favoritos el maestro José Mari Manzanares y tantos
más que no quiere mencionar por no olvidarse de alguno.
Fue justamente
con el maestro José Mari con quien haría grandes migas, viajando incluso por
Colombia, Venezuela y Panamá dentro del séquito manzaneril.
De igual
modo nos cuenta a su modo sobre el periplo que hizo por Cali, capital del
cielo, al lado de su entrañable amigo Manolo Chopera legendario empresario bajo
cuya gestión se daban las principales ferias americanas. Otros tiempos, de oro,
donde el quehacer taurino no tenía voz en contra ni era arremetido por las
siniestras animadversiones que enfrenta actualmente.
Del
maestro Sebastián Palomo Linares nos relata que jamás almorzaba sin reclamar la
presencia suya y la de Raúl de la Puente. Su inseparable compinche al que
introdujo en el ambiente de los toreros.
Muchas veces me ha
repetido sus caminatas con el maestro mexicano Fermín Espinoza Armillita quien gustaba de echar a andar los pies. Como aquella vez que de la plaza San
Martín se encaminaron hasta el borde del mar en barranco. Don Moisés afirma
sobre el maestro mexicano que "fue el diestro más notable que dio México". Del
mismo modo es rotundo cuando señala al español Paco Camino como de los mayores
de la península
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Horacio Parodi y Moisés Espinoza flanqueando a los diestros Armillita y Angel Inzunza. |
Las
corresponsalías…
Moisés
Espinoza es el decano de los periodistas taurinos en el Perú ( Registro N°
87-A.N.P) aunque él modestamente prefiera decir que lo es de “los
corresponsales taurinos..”
Su trayectoria en el periodismo especializado se
inicia allá por 1953 colaborando para el arequipeño tabloide Noticias que
dirigían los hermanos Aríspe y el doctor Ricardo Portugal. Usaba el remoteque
de El Ahijado que le pusiera su gran amigo el torero azteca Angel Insunza,
para sus crónicas en Toros y Deportes.
Ha colaborado para muchos
medios nacionales y extranjeros a lo largo de su prolífica carrera. A través de
la Cadena Periodística Internacional ha servido para Fiesta Española, La
República (Bogotá), Perú News (Miami), Toros y Deportes, Últimas Noticias
(Caracas), Diario Occidental (Cali), El Alcázar, El Taurino, El Mundo de los
Toros, que dirigía Juan Bosch Iglesias; Fiesta Española, de Benjamín Ventura y
Manolo Molés (Madrid), Prensa Asociada, Claridades (México), Le Courrier de
Céret y Semana Grande (Francia). Para los nacionales Olé y Olé, Callao, Nikko,
Transportes Peruanos, Aplausos, y Noticias (Arequipa). Radio Caracol de
Colombia y Canal 6 TV de Ecuador, entre otros.
Soy
Antonio José Galán...
Corría el
año 1971, y el doctor Marcial Ayaipoma hacía empresa organizando una temporada
en Arequipa en la que se presentaría un inédito Antonio José Galán en tierras
peruanas quien llegaría junto a Miguel Márquez. Les pidió el encargo de
recogerlos del aeropuerto a sus amigos Raúl de la Puente y Moisés Espinoza lo
cual hicieron dada la amistad que guardaban con el matador malagueño.
No se
sabe qué pasaría pero Márquez demoró en aparecer y en cambio fueron abordados
por un inadvertido Galán quien tratando de encontrar algún rostro
de referencia les saluda: “¿Buenas, alguno de ustedes es Espinoza?...soy Galán
el torero” –"ah qué bien"—fue todo lo que oyó como lacónica respuesta de estos dos tíos que afanosos y algo
preocupados buscaban la figura de Márquez.
Luego de lo cual supieron reaccionar
para percatarse de que tenían ante sí a uno de los toreros que venía también
para aquella temporada. Ese mismo año se presentó en Acho en sustitución de un
matador, el cartel lo conformaron Márquez, Galloso y el referido Galán. Desde
entonces hasta la trágica desaparición del “Loco” cimentaron una gran amistad
la cual se extendió a sus hermanos Alfonso, Alicia y Guillermina Galán.
Así
como se lo escuché repetidas veces a don Raúl y otras tantas a don Moisés, así
lo vuelvo a oír esta vez de parte del maestro mientras ordenamos ideas y
fotografías en la sala de su casa.
Antipasto Ga Gá y un chismecillo infundado...
Era la
columna de chismes de farándula más famosas de los sesentas llevada en el
tabloide “Última Hora” por Guido Monteverde, para variar amigo de Espinoza y
que le jugará la broma de montarle una nota, con foto incluida, por la que se
daba cuenta del “inminente compromiso del periodista Moisés Espinoza y la
señorita…” "¡chissst...! no vayas a poner su nombre por favor…" me advierte el
maestro llevándose el dedo índice a los labios con tono adusto y ligero
sarcasmo.
Sin embargo recuerdo que me lo contó en otra ocasión y que la dama en
mención era una antigua novia suya que pertenecía a un ballet afamado por
entonces. Esa broma le causó más de un problema en su hogar materno y entre sus
allegados.
Su
matrimonio, el Rotary y Cantinflas…
Años
después conocería a quien fuera su esposa, una guapa dama vecina de La Punta,
doña Elvira Hernández Pincetti “más taurina que yo”, como me indica. Se
conocieron en los toros pues ambos coincidían en su afición por la Fiesta.
Formaron hogar ejemplar teniendo a sus hijas Pilar del Consuelo y Rocío del
Milagro. Rotaria de excepción como su esposo, doña Elvira destacó con luz
propia en dicha institución.
Siempre recuerda el maestro las veces que en su
casa almorzaban personajes como el padre José Guadalupe Mojica, aquel clérigo
que luego de tener una gran carrera como actor afamado decide tomar los hábitos
descalzos y radicar en nuestro país; el genial Mario Moreno Cantinflas, los
maestros hermanos Girón, Ángel Teruel y José Mari Manzanares que llevados por el deleite de la buena
mano de doña Elvira para los ravioles “se invitaban cada que podían”.
Quedar
viudo tempranamente le dejó marcada una huella de desconsuelo que no pudo nunca
disimular. Su amigo Cantinflas le obsequió un álbum para fotografías como
recuerdo para sus hijas Pilar y Rocío. Privilegios que solo alguien como el
maestro saben merecer.
Moisés
Espinoza es rotario, “como Belaúnde” -enfatiza, orgulloso-, habiéndole dado a dicha entidad altruista
más de cincuenta años desde su comité de Breña del que fuera presidente por
primera vez en 1974. Concurre religiosamente cada lunes a sus reuniones, “ahora
a veces no voy por el frío que hace” y cuando va se junta con su inseparable
amigo Juan Manuel Nacarino, un español asentado aquí y con familia peruana, al
que “deberían meter preso…pa su mare, por cómo saca trago…”
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Con su señora esposa doña Elvira Hernández Pincetti |
“Mi obra
cumbre…”
El maestro
Moisés se jacta de haber formado parte de ese grupo de aficionados que propuso
y logró se aprobara un reglamento que establecería los criterios para el
otorgamiento de los trofeos de la Feria del Señor de los Milagros, tanto para
el Escapulario de oro como para el de Plata, respectivamente. El selecto
cónclave lo conformaban los señores Pedro Manuel García Miró, el mayor general
FAP José Fernández Lañas, José Quevedo Valderrama, Pedro Gutiérrez Irigoyen,
Orlando Parodi, Nestor Carpio Becerra, Enrique Aramburú Raygada, Moisés
Espinoza Zárate y el alcalde del Rímac, Percy Hartley.
El
Sheraton Hotel, Juan Carlos y su rumba…
Por años
el Hotel Sheraton tomó la posta albergando a los toreros que venían a Lima. Sus
salones y bares como El Kero eran los más concurridos por todo el gentío
taurino, antes y después de las corridas en la plaza. Se organizaban
exposiciones, conferencias y más actividades que formaban parte de toda la
movida limeña que hace singulares las semanas de feria. ¿Más que hoy o viceversa?,
definitivamente que sí. Otros tiempos.
A Moisés
Espinoza, coordinador por aquel entonces de toda actividad taurina, se le
ocurre incluir un espectáculo que suscitara mucha atención y revuelo. Junto a
Juan Manuel Nacarino, gerente del hotel, se proponen presentar durante el ciclo
ferial del año 1991 a Juan Carlos y su rumba flamenca con la monumental Freda y
todas sus “chiquillas”. El éxito fue arrollador y duradero.
La
apoteosis de Vicente Barrera, Acho 2003…
Aunque
siempre quedará en el recuerdo el rabo que cortara el maestro valenciano a un toro
mexicano de Real de Saltillo durante la temporada de 1996 que conmemoraba los
primeros cincuenta años de la Feria del Señor de los Milagros, hecho que no se
producía desde 1975 y que le valiera para ser declarado el triunfador al
otorgársele el codiciado Escapulario de Oro del Señor de los Milagros así como
también el Centro Taurino de Lima le concediera su máximo trofeo; fue durante
el 2003 que disfrutamos a Vicente Barrera en toda su real dimensión. Torero de Lima, conserva un gran cartel en el Perú y demás está señalar del
gran cariño y empatía con el que se le recibe siempre.
Aquella
tarde se presentó un encierro de la mexicana ganadería de Real de Saltillo, lo
que podríamos llamar con suficiencia una corrida dura, muy complicada aunque
mostrando fijeza y prontitud. Del tipo que es apetecida por los aficionados
toristas. El que hizo cuarto no fue la excepción, desarrolló mucho sentido
siendo un tío de esos que piden el carné.
Vicente, a base de técnica y valor, supo encontrarle el sitio adecuado que le reclamaba el toro que mostraba malas
ideas en busca de la querencia incierta. Entendió de tal forma el torero de
Lima a su oponente que sometiéndolo frente a Sol le instrumenta unas series
llenas de ligazón y temple. Luego de una estocada efectiva le conceden las dos
orejas que pasea en clamorosa vuelta al ruedo.
Ese día salimos felices de la
plaza admirados de la entrega, valor y honestidad del diestro, tanto que tuve
la feliz idea de cargar con toda la hueste a celebrar en casa. Raúl y Moisés
estaban más que felices como también el Pato Vera Tudela, Elsita Samanez, la Clara Petacci, y Juan Guillermo Carpio Muñoz. Luego caerían algunos más con el
Patito Vera Tudela Jr. Todos juntos sin echar la vista a los relojes celebramos
esa noche ¡Por Vicente, más nada!
Del Café La
Favorita al Centro Taurino de Lima…
En la
miraflorina avenida Larco sobrevive “La Favorita” un cafetín pequeñito de los
hermanos Segundo y Guillermo Zárate con apenas unas ocho o diez mesas apostadas
sobre el retiro ocupando espacio a modo de terraza donde es muy apacible
sentarse a desayunar o matar la tarde pese al actual estridente bullicio
automovilístico limeño.
La Favorita era nuestro punto de reunión cuando aún
vivía don Raúl de la Puente. El Pato Carlitos Vera Tudela venía desde
Chorrillos, que de camino le quedaba pasar por el maestro Raúl en la calle San
Martín donde ocupaba una habitación en la casa de la buena Rosita, su amiga
entrañable. Don Moisés por su parte, llegaba desde Pueblo Libre quejándose
siempre del caos del tráfico y de los taxistas que lo trasladaban y abordaba
luego de “dos horas de esperar un taxi...qué bárbaro” en la puerta de su domicilio:
“Juan Valer y Clement, tu casa cuando gustes estimado Martín de mi alma…”
Yo
los encontraba allí. Tertuliábamos un rato a modo de previos con café. El mío
americano sin azúcar. El maestro Raúl igual, don Moisés pedía una Coca Cola que acompañábamos, respectivamente, con tostadas o unos mixtos. El Pato, su infaltable capuccino con mucha crema. La
cuadrilla del arte émulos de Machaquito, el Guerra, Bombita y Joselito o
Belmonte. No sé qué resultaba más sabroso, el aromático caracolillo que servía el pequeño cafetín de los Zárate o aquellas tertulias llenas de anécdotas que yo
escuchaba ensimismado de puro deleite. Sin duda lo último.
De La
Favorita subíamos a mi carro y nos íbamos a algún evento, compromiso o
presentación de los muchos y variados que se suscitaban durante la llamada semana grande. Durante fines de
octubre y hasta bien entrado diciembre, el mundillo taurino en Lima se
alborota. El resto del año era parada previa para dirigirnos a
nuestras reuniones del Centro Taurino de Lima en casa del príncipe Alberto Alcalá Prada.
Otras veces al Club de la Unión a la reuniones del Círculo
de Periodistas Taurinos que piloteaban Carlos Castillo Carra Casal y Dickey Fernández. También al Club
Regatas para un chifa luego de alguna exposición que allí se organizara. Por citar algunos ejemplos.
En casa de
Alberto Alcalá nos reuníamos generalmente Fernando Marcet, Oswaldo Córdoba,
Julio Lainez, Luis Barrenechea, Raúl de la Puente, Moisés Espinoza, Carlos Vera
Tudela y yo. En realidad el señor Lainez se había separado junto a otros
connotados miembros como Aldo Cruzado y Juan Miletich por desavenencias con
Alcalá. El socio Paco Monasterio militó en el Centro muchos años más.
Como los hermanos Ramírez, Dickey
Fernández, Mauro Acuña, Jaime Arenas, Enrique Bartra, el padre Alfredo
Castañeda, Rafael Lora, Fernando Llanos, Luis Saravia Pimentel, Danilo y Mario
Sevilla, Américo Tello, César Vizcarra, el señor Borletti, Roberto Aranda,
Felipe Quevedo Valderrama, Adolfo Merino, Juan Prietto, Daniel Arteaga. Todos grandes aficionados que por diversas circunstancias se alejaron de la
institución decana y a los que muchos de ellos llegué a conocer y forjar amistad taurina.
Otro anterior punto de reuniones del Centro fue el
restaurante del segundo piso de La Hacienda Club en la avenida José Pardo
también en el distrito de Miraflores.
Don Moisés durante diez años fue director de relaciones
públicas y luego secretario de la peña decana cuando la presidía don Rafael
Puga Estrada bajo cuya gestión el Centro colocó una placa de bronce en los
machones del tendido 2 de la plaza de Acho, al lado de la enfermería, en la que
se grababa anualmente el nombre del diestro triunfador de la temporada.
Una de las mayores satisfacciones que guarda el
maestro es haber recibido la Medalla del Congreso de la República del Perú por
su trayectoria como periodista taurino de manos del presidente del parlamento
nacional, el doctor Marcial Ayaipoma.
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S.M.El Viti, presidente Manuel Odría, don Rafael Puga Estrada, don Moisés Espinoza. |
De buena
madera…
Como los
finos muebles es el temple y la vitalidad que ostenta don Moisés a lo largo de
su nonagenaria vida. Reseñarla tomaría muchas horas y requeriría llenar
incontables páginas. En estas líneas solo he pretendido -ciertamente con su
ayuda-, echar una apretada mirada a esta última etapa de esa prolija existencia
en la que me honrara con su amistad y permitiera ser parte de su cuadrilla.
Admiro en el maestro esa vitalidad, decencia, caballerosidad y torería que le
distingue. Su personalidad atávica pero a la vez lúdica y jovial siempre presta
para la buena contertulia fraterna. El afán pedagógico por transmitirnos los conocimientos taurinos recopilados en base a su propia vivencia; y ser poseedor de la admiración y respeto
que despierta en todos cuantos le conocen.
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